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Mensaje por Angelique Nightdarkness Dom Oct 28, 2012 1:06 am

Advertencias:
-Este tiene como dirigido el dar un momento de lectura estilo ciencia ficción con lo que esta representado este foro.
-Se tiene como objetivo el entretener al lector.
-Háganme el favor de no decir que esto es plagio, eso ya lo se y yo tengo el libro.
-Los derechos de autor no son míos; pertenecen a Jonathan Maberry, creador de este libro y otros más.
-Disfruten el fic.



Primera parte
Caminates


Un héroe no es más valiente que un hombre normal, pero lo es durante cinco minutos más.
-Ralph Waldo Emerson
__________________________________________________________________________________________

1

Cuando tienes que matar al mismo terrorista dos veces la misma semana, o falla algo en tus habilidades o en tu mundo.
Y mis habilidades están perfectamente.

2


Ocean City, Maryland / Sábado, 27 de Junio; 10.22 a. m.

Vinieron a por mí en la playa. Me abordaron disimuladamente cuando me disponía a abrir la puerta de mi coche, dos por delante y uno en la retaguardia, formando un callejón sin salida de tres puntas. Nada demasiado espectacular, solo tres tíos enormes con trajes grises sudando a causa del calor que hacía en Ocean City.
Uno de los tipos levantó las manos diciendo "No hay problema". Era una calurosa mañana de sábado y yo llevaba puesto un bañador, una camisa hawaiana con dibujos de sirenas sobre una camiseta de Tom Petty, chanclas y mi Ray-Ban Wayfarer. Mi arma estaba en una caja de herramientas bajo llave dentro del maletero, con el seguro puesto. Había ido a la playa para ver a la nueva cosecha de bomboncitos que se derriten bajo el sol y llevaba fuera de servicio desde el tiroteo, a la espera de una conversación el lunes por la mañana sobre mi parrticipación en el mismo. Lo del almacén había sido toda una escena y me habían puesto en cese administrativo para que me aclarase las ideas. No me esperaba problemas, no debería haberlos, y la suavidad con la que estos tíos me cerraron el paso estaba pensada apra mantener las emociones de toddo el mundo en un nivel neutro. No yo mismo lo podría haber hecho mejor.

–¿Señor Ledger?
–Detective Ledger. –Dije para tocar un poco las narices.
Ni rastro de sonrisa en la cara del hombre, solo un ligero gesto con la cabeza. La tenía como un cubo.
–Nos gustaría que viniese con nosotros –Dijo.
–Enséñame una placa o lárgate.
Cabezacubo me lanzó “la mirada”, pero sacó una placa del FBI y me la mostró. Dejé de leer después de ver las iniciales.
–¿De que va todo esto?
–¿Le importaría venir con nosotros, por favor?
–Estoy fuera de servicio, chicos. ¿De qué se trata?
No recibí respuesta.
–¿Está al tanto de que tengo que empezar en Quántico dentro de tres semanas?
No recibí respuesta.
–¿Quiere que le siga en mi coche?–No es que quisiese darles esquinazo, pero tenía el móvil en la guantera del todo terreno y me habría gustado confirmar esto con el teniente. Todo aquello me parecía muy raro. No exactamente amenazador, sencillamente raro.
–No, señor. Lo volveremos a traer aquí después.
–¿Después de qué?
No recibí respuesta.
Lo miré primero a él y luego al tipo que tenía al lado. Podía sentir al hombre de retaguardia detrás de mí. Eran grandes y estaban bien posicionados. Con la visión periférica pude ver que Cabezacubo apoyaba todo su peso en el metatarso y estaba bien equilibrado. El que estaba junto a él estaba girado hacia su derecha. Tenía unos nudillos grandes, pero sin cicatrices en las manos. Más que artes marciales, probablemente practicase boxeo; los boxeadores utilizan guantes.
Estaba haciéndolo casi todo bien, solo que estaban demasiado cerca de mí. Uno nunca se debe acercar tanto.
Pero me parecían auténticos. Cuesta mucho imitar el aspecto del FBI.
–De acuerdo –Dije.

3


Ocean City, Maryland / Sábado, 27 de junio; 10.31 a. m.

Cabezacubo se sentó a mi lado en el asiento trasero y los otros dos se sentaron adelante; el hombre de retaguardia conducía el Crow Vic del Gobierno. Por la conversación que mantuvieron, podrían haber sido mimos. El aire acondicionado estaba encendido y la radio apagada. Emocionante.
-Espero que no vayamos hasta Baltimore. –Era un camino de más de tres horas y yo tenía arena en el bañador.
-No. –Esa fue la única palabra que pronunció Cabezacubo durante todo el camino. Me recosté y esperé.
Sabía que era zurdo por el bulto que hacía en la funda sobaquera debajo de la chaqueta. Me tenía a su derecha, lo que significaba que la solapa del abrigo me impediría cogerle el arma y que podría utilizar su mano derecha como bloqueo para esquivarme mientras la sacaba. Aquello era profesional y estaba bien pensado. Yo habría hecho prácticamente lo mismo. Sin embargo, lo que yo no habría hecho era sujetar el asa de cuero que había junto a la puerta igual que él. Era el segundo pequeño error que había cometido y me preguntaba si estaba poniendo a prueba o si habría una pequeña laguna entre su entrenamiento y sus instintos.
Me recosté e intenté comprender esta visita. Si tenía algo que ver con lo ocurrido la semana anterior en los muelles, si de algún modo me había metido en problemas por algo relacionado con eso, tenía clarísimo que pediría un abogado en cuanto llegásemos al lugar donde nos dirigíamos. Y en ese caso también requeriría la presencia de un representante sindical. Esto no era un procedimiento operativo estándar. A menos que fuese un asunto de alcance nacional, en cuyo caso pediría un abogado y llamaría a mi congresista. Lo del almacén estuvo justificado y no iba a permitir que nadie dijese lo contrario.
Durante los últimos dieciocho meses me habían asignado a uno de esos destacamentos especiales intejuridiccionales que surgieron por todas partes después del 11-S. Algunos somos del Departamento de Policía de Baltimore, otros vienen de Filadelfia y de D.C. y después hay una mezcla de federales: FBI, ASN, ATF y otras combinaciones de letras que nunca antes había visto. En realidad nadie hacía demasiado, pero todos queríamos pillar cacho si sugría algo jugoso, y con jugoso me refiero a beneficioso para la carrera profesional.
En cierto modo me llamaron a filas. Desde que había conseguido mi placa dorada de detective hacía unos años, había tenido mucha suerte y conseguí cerrar a un número de casos mayor a la media, entre ellos dos que tenían vínculos con organizaciones sospechosas de terrorismo. También pasé cuatro años en el ejército y sé un poco de árabe y de persa. Sé un poco de muchos idiomas. Los idiomas se me daban muy bien y eso hizo que me eligioesen en la primera ronda para la furgoneta de vigilancia. La mayoría de la gente que tenía el teléfono intervenido alternaba el inglés con varios idiomas de Oriente Próximo.
Parecía que el destacamento especial iba a molar bastante, pero la realidad fue que me pusieron a hacer escuchas en una furgoneta y, durante la mayor parte del pasado año y medio bebí demasiado café del Dunkin’ Dounts y sentí que me iba creciendo el culo.
Supuestamente un grupo de terroristas de bajo nivel con una leve conexión con el chiismo fundamentalista estaba preparando o traficando con algo de lo que nos dijeron que era un arma biológica potencial. Pero, por supuesto, no dieron detalles, lo que hace que la vigilancia sea una mierda y una pérdida de tiempo. Cuando nosotros (y con nosotros me refiero a los policías) intentábamos preguntarles (a los peces gordos de la Seguridad Nacional) qué era lo que estábamos buscando, nos respondían con evasivas. Nos irían informando a medida que fuese necesario darnos esa información. Ese tipo de cosas ilustra muy bien por qué no estamos seguros. Lo cierto es que si nos lo dijesen podríamos tener un papel demasiado importante en el arresto, lo que significa que ellos tendrían menos mérito. Eso es lo que provocó tantos problemas en el 11-S y, por lo que sé, no ha mejorado demasiado desde entonces.
El lunes pasado capté trozos de una conversación de un teléfono móvil que estábamos espiando. Surgió un nombre, una persona originaria de Yemen llamada El Mujahid, un pez gordo en el mundo del terrorismo y que está en las listas principales de la Seguridad Nacional. El tío que lo nombraba hablaba como si El Mujahid estuviese implicado en algo que estuviese cocinando el personal del almacén. El nombre de El Mujahid estaba en todas las listas del Departamento de Seguridad Nacional y en aquella furgoneta yo no tenía otra cosa que hacer más que leer así que me había leído esas listas una y otra vez.
Como yo había dado el aviso contaron conmigo para la redada del martes por la mañana. Éramos treinta y llevábamos uniformes de combate negros con protecciones de Kevlar para pecho y extremidades, cascos con cámaras y equipos completos de SWAT. La unidad se dividío en equipos de cuatro hombres: dos tíos con MP5, un hombre punta con un escudo antibalas y una Glock de calibre 40 y un tío con una escopeta de pistón Remington 870. Yo llevaba la escopeta en mi equipo y abordamos este almacén junto al puerto sin titubear, atravesando cada una de sus puertas y ventanas. Granadas lumínicas de aturdimiento, francotiradores en los edificios colindantes, varios puntos de entrada y muchísimos gritos. Choque y pavor. La idea consiste en sorprender y dominar para que todos los que se encuentran dentro estén demasiado mareados y confusos como para ofrecer una resistencia violenta. Lo último que queríamos cualquiera de nosotros un O.K. Corral.
Mi equipo había tomado la puerta de atrás, la que conducía a un pequeño muelle. Había un pequeño bote Cigarette, muy cuidado. No era nuevo, pero molaba. Mientras esperábamos la señal para entrar, el tío que estaba a mi lado, mi colega Jerry Spencer del Departamento de Policía de D. C., no le quitaba el ojo de encima al bote. Me acerqué a él, me incliné y le tarareé la canción de Corrupción en Miami. Él sonrío. Estaba a punto de retirarse y probablemente ese bote parecía un billete al paraíso.
Entonces dieron la señal de entrar y, de repente, todo fue muy rápido y ruidoso. Volamos el cerrojo de acero de la puerta trasera y entramos gritandole a todo el mundo que se quedase quieto y que se dejase las armas al suelo. Habré estado en quince o dieciocho cosas de estas mientras estuve en el Departamento de Policía de Baltimore y solo hubo dos ocasiones en las que alguien fue lo suficientemente estúpido como para atreverse a apuntarnos con una pistola. Los polis no alardean y normalmente los malos tampoco. No se trata de quien tiene más pelotas, sino de ejercer una fuerza abrumadora para que no se dispare ni un solo tiro. Recuerdo que, cuando hice el entrenamiento para equipo táctico, el comandate tenía una cita de la película Silverado grabada en una placa que había colgada en la sala de entrenamiento: “Yo no quiero matarte y tú no quieres morir”. Creo que fue Danny Glover quien lo dijo. Pues ese es un poco el lema.
Así que, normalmente los malos se quedan donde están, alucinados, dicen que son inocentes y bla, bla, bla.
Pero esta no era una de esas ocasiones.
Jerry, que era el más veterano del destacamento especial, era el hombre avanzado y yo estaba justo detrás de él con dos tíos a mis espaldas cuando echamos abajo la puerta y bajamos por un corto pasillo decorado con certificados de inspección enmarcados. Luego giramos a la izquierda y entramos en una sala de conferencias. Había una gran mesa de madera de castaño con al menos una docena de portátiles encima. Justo al otro lado de la puerta había un gran contenedor azul del tamaño de una cabina telefónica, junto a la pared. Alrededor de la mesa estaban sentados ocho tíos con trajes de ejecutivo.
-¡Todo el mundo quieto!-grité-.Pongan las manos por encima de la cabeza y…
Y hasta ahí llegué, porque de repente los ocho tíos se levantaron de sus sillas y sacaron sus armas. O.K. Corral, no cabía duda.
Cuando el departamento de Asintos Internos me pidió que les dijese cuántos disparos efectué y a quien exactamente, me reí. Doce tíos en una habitacón y todo el mundo disparando. Si no van vestidos como tus colegas y hasta cierto punto puedes determinar que no se trata de civiles que pasaban por allí, disparas y te pones a cubierto. Vacie el cargador de la Remington y luego la tiré al suelo para coger mi Glock. Sé que el calibre 40 es el estándar, pero siempre me ha parecido que el 45 es más persuasivo.
Dicen que derribé a cuatro hostiles. Yo no hago muescas en mi arma por cada persona que mato, así que me lo creeré. Lo menciono, sin embargo, porque uno de ellos era el hombre número trece de la sala.
Si, se que dije que había 8 por parte de ellos y cuatro por la nuestra, pero durante el tiroteo capté movimiento a mi derecha y vi abierta la puerta de la gran caja azul y a un hombre que salía a trompicones de ella. No iba armado, así que no le disparé; en lugar de eso, me encontré en el tío que tenía detrás y que estaba haciendo pedazos a la sala con un rifle de asalto chino QBZ-95, algo que solo había tenido ocasión de ver en las revistas. Por lo qué tenía y dónde demonios había encontrado munición para él sigue siendo un misterio, pero aquella cosa hizo una línea de agujeros en el peto de Jerry, que cayó al suelo.
-¡Hijo de puta!-grité, y le metí al tirador dos balas en el pecho.
Entonces, el treceavo tío vino directo hacia mí. Incluso con todo lo que estaba pasando pensé: un drogadicto. Estaba pálido y sudoroso, apestaba a alcantarilla y tenía los ojos saltones con una mirada vidriosa. Aquél cabrón enfermo inclusio intentó morderme, pero los protectores Kevlar de las mangas me salvaron el brazo con el que sostenía el arma.
-¡Suéltame!-grité, y le di un revés con la mano izquierda que debería haberlo tirado al suelo, pero lo único que conseguí fue zafarme de él; pasó por mi lado dando tumbos en dirección a otro de los tíos de mi equipo que estaba bloqueando la puerta. Imaginé que se dirigía hacia el precioso bote Cigarette que había fuera, así que me giré y le clavé dos balas en la espalda, así de rápido y fácil. La sangre salpicó las paredes y él cayó al suelo y se arrastró metro y medio antes de caer inmóvil contra la puerta trasera. Volví a girarme hacia la habitación y me tumbé para ponerme a cubierto y poder arrastrar a Jerry hasta detrás de la mesa. Todavía respiraba. El resto de mi equipo seguía destrozando la sala con sus automáticas.
Oí disparos que provenían de otra parte del almacén así que me despegué del pelotón para ver lo que estaba ocurriendo. Me encontré con tres hostiles disparando a ciegas y a discreción a otro de los equipos. Derribé a dos de ellos con las últimas balas que me quedaban y acabé con el último mano a mano. De repente, todo había acabado.
Al final, once supuestos terroristas recibieron disparos, seis de ellos mortales, incluido al vaquero con el rifle de asalto chino y el que me mordió, al que al final maté por la espalda y que, según su identificación, se llamaba Javad Mustapha. Acabábamos de empezar a mirar sus identificaciones cuando un puñado de federales vestidos con monos negros sin ningún tipo de logo entraron, acaparando toda la atención, y no s sacaron a patadas a la calle. Por mí no había problema, pero quería ver cómo estaba Jerry. Resultó que ningún miembro de nuestro equipo resultó muerto, aunque ocho de ellos necesitaban atención médica, la mayoría por costillas rotas. El Kevlar detiene las balas, pero no puede contrarrestar tanto impacto. Jerry tenía el esternón roto y estaba hecho un asco. Los médicos de emergencías lo tenían en una camilla con ruedas, pero estaba lo suficientemente despierto comp ara despedirse de mí antes de que se lo llevasen.
-¿Cómo te encuentras, colega?-le pregunté agachandome junto a él.
-Viejo y dolorido. Pero te diré una cosa… roba ese bote Cigarette para mí y volveré a sentirme joven y rebosante de vida.
-Parece un buen plan. Yo me ocuparé de eso, viejo.
Hizo un gesto con la barbilla para señalar mi brazo.
-Eh, ¿cómo tienes el brazo? Los médicos dijeron que ese pirado te mordió.
-Nah, ni siquiera me rozó la piel – le dije, mostrandoselo. Solo tenía un buen cardenal.
Se llevaron a Jerry y yo empecé a responder preguntas, algunas de los federales de los monos sin marcar. Javad no iba armado y yo lo había acribillado por la espalda, por lo que abrirían una investigación rutinaria, pero mi teniente me dijo que no sería nada complicado. Eso fue el martes por la mañana y hoy era sábado por la mañana. Entonces, ¿por qué estaba en un coche con tres federales?
No hablaban.
Así que me recosté y esperé.
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